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Los últimos barquilleros artesanos de Madrid están en pleno corazón de Lavapiés
- Siguen trabajando como antaño y llegan a hacer unos 300 barquillos al día

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En el número 25 de la calle del Amparo, en el vibrante barrio de Lavapiés, se encuentra un obrador que es un verdadero tesoro de la tradición madrileña. Julián y su hijo José Luis son los últimos barquilleros artesanos de toda la capital, manteniendo vivo un oficio que ha ido desapareciendo con el tiempo.
Julián, con una mezcla de nostalgia y orgullo, recuerda cómo "antiguamente había muchos artesanos por los edificios". A sus 13 años comenzó a hacer barquillos, una tradición familiar que se remonta a su bisabuelo, quien era panadero.
"En esa época había hambre y cogía harina del obrador, un poquito de azúcar y se hacían los barquillos en casa", explica. Ahora, José Luis representa la quinta generación de esta familia dedicada al arte del barquillo.
El proceso de elaboración se mantiene fiel a la técnica tradicional. Aunque Julián señala que "lo único que cambia son las planchas", la calidad y el sabor siguen siendo los mismos.

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Los barquillos se preparan con una masa sencilla que incluye agua, azúcar, harina, un chorrito de aceite y esencia de vainilla. Una vez cocidos en la plancha, deben ser enrollados rápidamente antes de que se enfríen para poder manejarlos con facilidad.
Los sabores que ofrecen son tres: vainilla, oblea de coco y una deliciosa combinación de vainilla y chocolate. Cada bocado es un viaje al pasado, un recordatorio de las dulces tradiciones que forman parte del patrimonio cultural de Madrid.

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Julián también conserva tres barquilleras antiguas que utilizaba para vender sus productos. Estas máquinas giratorias son parte esencial de su historia y aún las recorre por las calles de Madrid para ofrecer sus exquisitas creaciones. "En San Isidro quiere todo el mundo barquillos y quiere barquillos artesanos", añade con una sonrisa.
A pesar de los desafíos que enfrenta su oficio en un mundo cada vez más industrializado, Julián está decidido a mantener viva esta tradición. Podemos decir orgullosos en Madrid que está más viva que nunca.

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Con su pasión y dedicación, Julián y José Luis no solo endulzan la vida de quienes degustan sus barquillos, sino que también preservan una parte importante de la historia gastronómica madrileña.