Pedro, un hombre de 78 años, jamás imaginó que se vería envuelto en una situación tan angustiante. Desde septiembre del pasado año, su piso en Parla, que tenía en venta a través de plataformas, fue okupado tras recibir visitas de posibles compradores.
"Tenía el piso en venta y, entre las personas que vinieron a verlo, había algún ojeador. Al poco tiempo, lo okuparon y además metieron a una guardería completa para ser más vulnerables", comparte Pedro con visible frustración.
Cuando regresó a su vivienda, se encontró con la amarga realidad: ya no podía entrar. "Pudieron perfectamente cambiar el bombín por dentro", recuerda.
A pesar de que muchos en el vecindario son conscientes de la situación y reconocen que los okupas son problemáticos, Pedro se niega a negociar con ellos: "Sé que una de las maneras de hacer que se vayan es ofrecerles dinero. Jamás en la vida haría yo eso; yo no negocio con delincuentes", afirma con determinación.
Los okupas, sin embargo, defienden su posición alegando haber sido víctimas de una estafa. "Yo entré porque a mí me alquilaron la vivienda; pagué mi dinero, pero no por parte del propietario, sino por terceras personas", explica una de las okupas. Aseguran que su entrada fue legítima y niegan haber forzado la puerta.
La situación se complica aún más para Pedro y sus vecinos, quienes han notado un claro consumo de drogas dentro del piso okupado. "Aquí cuando ellos fuman, fumamos todos. Empieza a subir por la terraza todo el humo y todo el olor", declara un vecino del bloque.
Mientras tanto, Pedro continúa esperando una solución para poner fin a esta pesadilla que ha alterado su vida y la tranquilidad de sus vecinos.