Pasear por la Gran Vía es sumergirse en un mar de luces, escaparates y turistas, donde las grandes marcas internacionales han transformado la icónica arteria madrileña en un escaparate global.
Sin embargo, entre la modernidad y el bullicio, aún resiste Manuel, uno de los pocos quiosqueros que quedan, es la cuarta generación de su familia dedicada a este oficio.
En su establecimiento, la prensa impresa es apenas un vestigio del pasado, con solo tres o cuatro ejemplares vendidos al día. “Es la era digital”, comenta resignado, mientras acomoda imanes y llaveros, artículos que hoy sostienen su negocio.
Con una clientela compuesta en gran parte por turistas, la supervivencia de estos kioscos pasa por la venta de souvenirs y productos variados, alejándose cada vez más de su propósito original.
“Mucha gente pasa y me pregunta dónde hay un kiosco de prensa, sin darse cuenta de que ya están frente a uno”, explica Manuel.
Detrás del mostrador, su kiosco es un pequeño mundo con calefacción, aire acondicionado y hasta un almacén en la parte superior. “Esto parece un cohete”, bromea mientras muestra el interior.
Sin embargo, el futuro de estos últimos bastiones del comercio tradicional es incierto. “Una quinta generación lo veo difícil”, confiesa.